Atraparon al
corta nalgas!!!! Así titulan los diarios, serios y amarillos; las radios y
noticieros televisivos chancaron con el tema, varios días. Pero era el
cortanalgas que trajeron de los EE UU. El de Arequipa seguía en su parafilia.
Claro que tiene. Es dueña y propietaria de un buen culo
¡Claro! –pensó–. Verlas pasar. Sólo pasar. Blancas, redondas,
llenitas, firmes. Waw. Y solo mirar.
Caminó. Ida y
vuelta, varias veces. Varias veces recorrió el mismo camino y todos, pero todos
sin excepción, incluyendo el indeciso y confundido Otto. Miramos, mascullamos
algunas ganas que se reflejaban y alborotaban entre las piernas. Es que eso no
se veía a cada rato, todos los días: al menos por aquí.
Pasó ella con
cámara fotográfica, perennizando los balcones y la gente en este bello
atardecer. Lucía sus nalgas en ese pantalón de buzo negro pegado como su piel
al cuerpo. Contrastaba con su piel blanca, no tanto como el sillar o el Misti;
pero era ese, blanco tentación, que cuando se agachaba para hacer una mejor
toma, se descubría algo de ella que la hacía más y más deseada. Hasta pensó en
buscar un motivo para hacerle conversación, cuando en algún momento estuviera
sola, unos momentos, por el festival del libro en Los altos de la Municipalidad
de Arequipa.
El jueves, no
fue Jueves Santo, ni jueves de los que escribió Vallejo; fue un jueves de
noviembre a las 5 y 57 de la tarde, cuando el sol se despintaba en la tarde y
las acuarelas mate, pincelaban el campanario de la catedral y el Misti dejaba
sentir su aliento frío. Las palomas aún revoloteaban en toda la plaza, pero
sobre todo, en derredor de la pileta que derramaba su agua cristalina. Donde
unos se tomaban fotos y otros daban de comer a las palomas.
¡Puta¡ Qué
mierda. Cómo le ha cortado ese loco las nalgas. Qué desperdicio –comentó
Alfonso mostrándome El Correo.
Puta ¡No! –Repliqué- Es la hembrita que caminaba por
aquí.
Y Alfonso lanzó
el cuchillo al corazón: La gringuita desangrada murió en el Goyeneche. Es larga
la historia –acotó, pasando la hoja de policiales-.
Los peritos de
criminalística de la policía, están preocupados por la dificultad del caso. El
identikit, no ayuda –así como las declaraciones de algunas víctimas–. Todos los
colegas tienen cara de arrechos y, cada vez más, se parecen a ese, dijo entre
dientes el comandante encargado de las investigaciones.
Oye, franco franco,
qué se sentirá cortarle la nalga a una hembra? Ah?
Pasaba por los
serenos, entre la gente apresurada o distraída –preocupada en sus cosas– y zaz…
un choque, un roce, una caricia libidinosa, tolerable quizás… Amiga, estás sangrando...
No, estoy con la regla… ¡No¡ mira,
atrás… ¡Oh no¡ Se tocaban y como un labio muy fino, que rodeaba el pantalón
pegado, bordeaba un hilo de sangre.
Todo comenzó como
una caricia, temerosa. Otra caricia y otra. Claro que con sangre, pero es así.
Tengo que parar la mano.
Afuera, la policía está con sus problemas,
escándalos y con otros desafíos. Algunos hasta ya lo olvidaron creo… Me provoca
volver a salir, me aburre la universidad.
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