Presente en todas las ferias de libros

Presente en todas las ferias de libros
Una noche de esas saliendo de la feria del libro en Arequipa

sábado, 10 de noviembre de 2012

El corazón viejo



Conversaron en febrero y limaron asperezas del pasado, se despejaron nubarrones que entorpecían el camino. Hubo una leve, fina e inteligente escaramuza de palabras; era necesario, era una catarsis. El horizonte se avizoraba prometedor, después de algunos años.  ¡Claro! no estaba Ella. No tenía contrato.

Quiero que sea productivo, eficiente el negocio, le dijo él, y siguió la conversa, por un par de accidentadas horas. Hablaron tanto que supuso todo había quedado claro. Como nunca fueron las palabras, quizás. Él creyó, y no tenía, por qué no.

Pasaría el verano y las cosas habían mejorado en la empresa. Cada quien por su lado y con lo suyo. Las ventas se incrementaron así como la imagen y presencia en los círculos culturales y mediáticos. La carrera estaba iniciada y nada podría detenerlos. ¡Nada carajo! se dijo decidido y convencido. Pasaron unos meses.

Adolfo salió de la conversación algo ofuscado. El doctor apesadumbrado por la verdad que retumbó en sus oídos. Era verdad que un atrevido mozalbete le había cantado claro en verso y en prosa.
Se despidió de la secretaria con un beso en la mejilla y le susurró esa verdad... "tenía que decírselo. Tenía que hacerlo, amiga" El doctor con el rostro desencajado apareció por la media puerta que conectaba ambos ambientes.
Era cruel y amarga la verdad. Era ácida, era limón en la herida del cansado y trajinado cuerpo.
Que era una malcriadez, le dijo mientras Adolfo se puso de pie para marcharse.
Soy su amigo y antes de perder su amistad me retiro. 
Le subió la presión con la silente cólera que le anudaba la garganta. Se fue. La impotencia, a la edad, es dinamita.
"Un hombre inteligente, desbordado por una querida. No lo puedo creer. Dicen que pelo de concha es más fuerte que cadena de barco" Adolfo se repitió en su cabeza mientras se iba, sin remordimiento ni pesares por lo dicho con el corazón. Maldición, esa una patraña y una ofensa, musitó regresando perturbado y acalorado a la comodidad de su sillón de cuero el jefe. La vida seguía.
Entonces…  había regresado Ella, con su incompetencia, su cizaña y, sobre todo, con nuevo contrato, con mucha suerte; o porque el jefe le suplicó al patrón de la empresa.

…………..
Pedro López Ganvini
De internet.: D.R


Conectado por MOTOBLUR™

jueves, 1 de noviembre de 2012

Buscando la vida eterna



Era muy feliz… plenamente feliz. Su vida la afrontaba con el trabajo que tenía, y por esos motivos, a veces, se amargaba con la vida misma.

Llegaba a casa y si tenía algún mal día era arreglado y subsanado con ese cuerpo jovial, terso y lozano que lo rejuvenecía y lujuriosa lo esperaba cada día. Era amor que lo mantenía vivo, como la llama de la pasión del primer día de pareja.

El mal día del trabajo como empleado, luego como jefe y por último como dueño de su moderna imprenta, se diluía con la pasión y desenfreno y lujuria de ese cuerpo joven para el que no pasaban los años, no llegaban las arrugas; si alguna tímidamente aparecía, en el día, a los ojos de la gente, en la noche, se esfumaba y diluía, ante el ardor y el desenfreno del esposo.

Fue el 31 de octubre cuando concluyó la fiesta de su cumpleaños y en la ducha, con la excitación al máximo, incrementada por las miradas lujuriosas para ambos, era una tortura no copular como siempre. Ella en el baño se miraba unos minutos más que otras veces, se acarició sus pechos erguidos como volcanes a punto de explotar. Se remiró de costado y viendo sus curvas definidas  se dio cuenta del tiempo, que existía. Entonces salió para el rito y se entregó a la pasión.

Al día siguiente, no la volvió a encontrar más en su lecho

EL ARTE DE PAMELA HOLLEY


viernes, 24 de agosto de 2012

Mesero confundido


Gracias muñeca, le dije
Al rato me trajo mi almuerzo muy diligente y deslizándose como gacela entre las mesas y sillas. Era temprano y casi no había gente en las mesas contiguas.
Disfruté de la deliciosa sopa y del rico arroz con pollo.
Pagué no sin antes agradecerle y le sonreí.
Casi siempre iba pero no siempre venía y tenía la suerte de que me atendiera con esa amabilidad de querida de ángel de la guarda, de mujer sumisa, atrevida y saltarina.
Escuchaba sí, su voz algo chillona, de amante sumisa o dominada; de murciélago motivada. Que circulaba como el viento por las mesa, sillas y comensales… Cuando sonreía resaltaba su diente de oro.
Pero, aquel día me atendió.
Hola nena, que hay de almuerzo.
Todo rico como usted, me dijo
No quieres tenerme  rico en tu cama? Me preguntó triste, viéndome retirar, creo que incrédulo.



………….
pedro López ganvini