Conversaron en febrero y limaron asperezas del pasado, se despejaron nubarrones que entorpecían el camino. Hubo
una leve, fina e inteligente escaramuza de palabras; era necesario, era una catarsis. El horizonte se avizoraba prometedor, después de algunos años. ¡Claro! no estaba Ella. No tenía
contrato.
Quiero que sea productivo, eficiente el negocio, le dijo él,
y siguió la conversa, por un par de accidentadas horas. Hablaron tanto que supuso todo había quedado claro.
Como nunca fueron las palabras, quizás. Él creyó, y no tenía, por qué no.
Pasaría el verano y las cosas habían mejorado en la empresa. Cada quien por su lado y con lo suyo. Las ventas se incrementaron así como la imagen y presencia en los círculos culturales y mediáticos. La carrera estaba iniciada y nada podría detenerlos. ¡Nada carajo! se dijo decidido y convencido. Pasaron unos meses.
Adolfo salió de la conversación algo ofuscado. El doctor
apesadumbrado por la verdad que retumbó en sus oídos. Era verdad que un
atrevido mozalbete le había cantado claro en verso y en prosa.
Se despidió de la secretaria con un beso en la mejilla y le susurró
esa verdad... "tenía que decírselo. Tenía que hacerlo, amiga" El
doctor con el rostro desencajado apareció por la media puerta que conectaba
ambos ambientes.
Era cruel y amarga la verdad. Era ácida, era limón en la herida del cansado y trajinado cuerpo.
Que era una
malcriadez, le dijo mientras Adolfo se puso de pie para marcharse.
Soy su amigo y antes de perder su amistad me retiro.
Le subió la presión con la silente cólera que le anudaba la garganta. Se fue. La impotencia, a la edad, es dinamita.
Le subió la presión con la silente cólera que le anudaba la garganta. Se fue. La impotencia, a la edad, es dinamita.
"Un hombre inteligente, desbordado por una querida. No
lo puedo creer. Dicen que pelo de concha es más fuerte que cadena de
barco" Adolfo se repitió en su cabeza mientras se iba, sin remordimiento ni pesares por lo dicho con el corazón. Maldición, esa una patraña y una ofensa, musitó
regresando perturbado y acalorado a la comodidad de su sillón de cuero el jefe. La vida
seguía.
Entonces… había regresado Ella, con su incompetencia, su cizaña y, sobre todo, con nuevo contrato, con mucha suerte; o porque el jefe le suplicó al patrón de la empresa.
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